En las faldas de los Himalayas, donde se extiende el territorio nepalí, existe la antigua creencia de las diosas vivientes, se las llama Kumari.
Son elegidas por un proceso de selección muy riguroso a la edad de tres o cuatro años.
El color de sus ojos, la tonalidad de su voz, la forma de sus dientes y mantenerse impávidas cuando se las encierra en una habitación en penumbra, donde hay gritos desaforados de una diosa con cabeza de búfalo, son algunos de los requisitos para hacer de una niña inocente, una divinidad .
Se supone que son la reencarnacion de la diosa Taleju, y la mas famosa kumari reside en Katmandú, en una casa palacio,en el centro de la ciudad, donde la instalan junto con su familia. Allí se la cuida y se la venera.
La kumari,esta alimentada con un régimen de comida ritual que se llama “pura”.
Solo una vez al año sale a la calle. Es la fiesta de Indra Jarta. Subida en un trono majestuoso para que sus pies no toquen la tierra. Vestida con un traje rojo bordado con hilos de oro, una complicada y barroca corona se coloca sobre su cabecita, se la maquilla y se pone en su frente el tercer ojo, símbolo de sabiduría.
Miles de personas la contemplan y le piden sus favores al paso de esta procesión, donde la criatura permanece callada y seria.
La kumari no puede hacerse un solo rasguño, porque al mínimo derramamiento de sangre,la diosa abandona su cuerpo y la envían de nuevo a su casa, con lo cual a la primera menstruación se termina su reinado. Pasa de ser un diosa, a ser una chiquilla sin apenas preparación, sin el habito de relacionarse con otros niños, con el animo aburrido, y su cabeza confundida.
Respeto todas las culturas, pero esta tradición, me pone triste.