Una de las más de mil islas que forman el país de Indonesia.
Aquí se mezcla la alegría, la ingenuidad y el surrealismo, creando un ambiente colorista y sorprendente. Quizá no hay nada perfecto, pero si, todo es posible.
No hacen falta grandes cosas, para que sus habitantes pongan en marcha su imaginación y sus infinitas ganas de palpitar al son de la mejor música. Se entregan a ello con entusiasmo, sin disfrazar sus deseos, ni moderar sus excesos. El sentido del ridículo lo sustituyen por el del respeto, pero el del respeto no lo sustituyen con nada.
Juegan con todo lo que tienen a mano. Hacen su trabajo como si fuera un deporte que pone en forma su día. Sus comidas las comparten con las risa, sus ocios son siempre una fiesta, aunque se trate de comerse un helado con los amigos, o irse a pescar al rio mas cercano, peces que nunca pican el anzuelo.
También del amor hacen un esparcimiento. Las parejas se visten y se perfuman, el uno para el otro, y su objetivo primordial, es ser feliz, si un día dejan de serlo, cambian de compañía, sin drama ni conflictos añadidos, sin perder la sonrisa ni la dignidad.
La muerte es tan natural como la vida, la visten con flores y oropeles. Sus ceremonias funerarias, son de todo, menos siniestras. Despiden al ser querido con un adiós dulce, y la promesa de un encuentro, que volverá a unir sus memorias, para seguir poniendo luces de colores en los arboles del cielo, collares de caracolas que adornen la eternidad, y esparcir pastelillos de sésamo sobre la nube mas cercana.
Adoran a los niños, porque tienen alma de niño, y a los mayores, porque valoran la sabiduría de quien ya ha superado la prueba de vivir.
Hoy ha visto a un hombre que llevaba en su bicicleta cientos de pollitos de colores radiantes.
Era como un arcoíris encerrado en una jaula.