Despierta cada mañana, con la imposible ilusión de una presencia.
Acuna emociones veladas, por una inercia que no consigue destronar.
Recibe afectos abrumadores, que conmueven a su alma inquieta y tensa.
Asiste a pasiones sublimadas, convertidas en terapias, para la espesa oscuridad de sus días.
Alimenta intenciones y propósitos, que afronta como marioneta desmanejada.
Lo abraza con la imaginación, como se acaricia un bien preciado en una despedida.
Tras las puertas de la vida, le esperan asombros, estremecimientos y sonrisas.
Es pronto para enfrentarse a esas ráfagas de aire dulce, e inundarse de una luz vibrante como un veloz amanecer.
Aun conserva el familiar aroma, impregnado en todas las capas de su piel.